Arthur C. Clarke fue una de las figuras más influyentes de la ciencia ficción del siglo XX, no solo como narrador visionario, sino también como divulgador científico y pensador del futuro. Nacido en 1917 en Inglaterra, creció fascinado por la astronomía y la tecnología, intereses que acabarían marcando toda su obra. Estudió física y matemáticas, trabajó en el desarrollo de radares durante la Segunda Guerra Mundial y, ya en tiempos de paz, se convirtió en un escritor capaz de unir ciencia rigurosa con imaginación desbordante.
A Clarke se le recuerda especialmente por 2001: Una odisea espacial, una obra escrita en paralelo con la película de Stanley Kubrick y que, más allá de la fama cinematográfica, es una meditación profunda sobre la inteligencia, la evolución y el lugar del ser humano en el universo. Su estilo se caracteriza por una prosa clara, sin adornos innecesarios, donde lo importante no es el drama humano cotidiano, sino las grandes preguntas filosóficas envueltas en contextos científicos plausibles.
Entre sus otras novelas destacadas se encuentran Cita con Rama, El fin de la infancia y Las fuentes del paraíso, todas marcadas por su enfoque racionalista y su visión casi profética del futuro tecnológico. Fue, además, uno de los primeros en proponer el uso de satélites geoestacionarios para telecomunicaciones, una idea que acabó convirtiéndose en realidad y que hoy forma parte de la base del mundo moderno.
Clarke pasó sus últimos años en Sri Lanka, fascinado por la cultura oriental y el buceo, otro de sus grandes pasatiempos. Murió en 2008, dejando un legado que trasciende la literatura: fue un puente entre la ciencia y la imaginación, entre lo que sabíamos y lo que apenas empezábamos a intuir. Su obra no solo entretiene: empuja a pensar.